En Canción de lobos, la autora Herta Müller revive una escena de su niñez que, con el correr del tiempo, se ha convertido en un símbolo y testimonio. Apenas tenía siete años cuando, en pleno invierno y en compañía de sus abuelos, se encontraron rodeados por una manada de lobos. El bosque, completamente nevado, el frío penetrante en la piel, el silencio roto por los aullidos: aquel instante quedó profundamente marcado en su memoria. Años después, lo transformó en un relato que une el realismo de la supervivencia con la poesía de la evocación.
Un encuentro con los lobos: entre el miedo y la resistencia
La escena central del libro es tan precisa como inquietante. La niña va en una carreta tirada por caballos. El bosque es un escenario inhóspito, donde los árboles parecen esqueletos al atardecer y los pasos se hunden en la nieve. Entonces, aparecen los lobos. Ocho. Silenciosos, decididos, hambrientos. La imagen no es solo la de un peligro real, sino la de un símbolo recurrente en los cuentos populares. Pero aquí no hay cazadores, ni salvadores externos. Solo una niña, dos ancianos y la amenaza inminente.
Herta Müller rememora los pormenores con una sensibilidad conmovedora: el aire frío sobre los hocicos, las bocas de un lila tenue, los ojos vigilantes de los animales que se agrupan en un semicírculo alrededor del carro. La imagen trasciende la simple narración y se convierte en un umbral: el momento en que el temor aparenta triunfar y algo insólito aparece en respuesta.
El valor inesperado: una abuela que enfrenta sin violencia
Lo que salva la situación no es la fuerza física ni un arma. Es la figura de la abuela, que desciende de la carreta y se planta frente a los lobos, con un paraguas como única herramienta. Un gesto simple, pero cargado de una firmeza que desarma. No es el paraguas lo que detiene a los animales. Es la convicción, la autoridad silenciosa, la decisión de no ceder al pánico. La abuela no ruge, no golpea. Solo mira y sostiene su lugar. Y los lobos, finalmente, se retiran.
Esta manifestación diaria de valentía, que podría parecer trivial, adquiere una mayor relevancia dentro del marco de la obra de Müller. La imagen de la abuela está presente en gran parte de su escritura. Se encuentra en su discurso al recibir el Premio Nobel, donde menciona a una mujer que vivió en medio de contradicciones: madre de un hijo nazi, devota, fuerte, herida. También aparece en novelas como En tierras bajas, en las que los silencios y las decisiones familiares delinean las cicatrices de una Europa impactada por guerras, dictaduras y desplazamientos forzados.
Niñez, recuerdos y literatura: el origen del cuento
Herta Müller, nacida en Rumania en 1953, creció en una área influenciada por el autoritarismo y la represión. Era parte de la minoría de los suabos del Danubio, que hablaban alemán en una nación bajo la influencia del estalinismo. Su niñez estuvo llena de contradicciones: su padre fue miembro de las SS nazis, mientras que su madre fue enviada a un campo de trabajo soviético después de la Segunda Guerra Mundial. De ese entorno emergió una perspectiva crítica y sensible a las violencias del poder y a las resistencias personales.
Canción de lobos no solo reconstruye una escena de infancia. Funciona también como metáfora de una época. La niña representa la fragilidad, pero también la capacidad de recordar y transformar el miedo en palabras. La abuela, por su parte, encarna una forma de valentía silenciosa, alejada de los estereotipos heroicos. Su arma no es la fuerza, sino la dignidad.
Una historia real, con resonancias universales
Aunque el episodio pertenece a la vida de la autora, su narración trasciende lo personal. El relato conecta con los cuentos tradicionales, como el de Caperucita Roja, que la propia Müller menciona en su relato. Pero aquí no hay devoración ni rescate milagroso. Hay una elección. La niña se tapa con la manta, temerosa del final. La abuela actúa. Y al hacerlo, reescribe el final del cuento.
La narrativa no concluye en un estallido victorioso. Se mueve suavemente hacia la tranquilidad, hacia la calidez del retorno. No obstante, deja una huella imborrable: la seguridad de que hay maneras de resistir que no dependen de la violencia, sino de la firmeza moral. Y cuando el recuerdo se transforma en literatura, es capaz de iluminar las partes más sombrías de la historia pasada.
Canción de lobos es, sin duda, una demostración más del talento narrativo de Herta Müller. Una escena simple que se transforma en símbolo. Un cuento corto que abarca una vida completa. Una abuela, una nieta y ocho lobos. Y el silencio del bosque, testigo de una historia que continúa haciendo eco.